jueves, 1 de mayo de 2008

Los erizos.

Saint-Jean-de-Luz, costa sudoeste de Francia.

Una tranquila mañana de principios de mayo. El sol esta más fuerte cada día que pasa, la primavera se apodera de nuevo de todo lo que toca.

Con la cabeza apoyada en mi chaqueta disfruto esa cálida caricia en mi cara, mientras una extrema quietud se apodera de mí. Inspiro el olor a mar, el aroma a sal inunda mis pulmones.

Todos los mares saben igual pero huelen distinto.

Cierro los ojos disfrutando este momento, exprimiendo cada segundo de sol, notando como se relaja todo mi cuerpo y dejo caer el libro, a mi lado cerrándose de golpe, mientras yo caigo en el sueño.

Solo se oyen las olas chocando en el nuevo rompeolas y las gaviotas graznando al pasar.

Hola desconocido - oigo mientras alguien se impone entre el Sol y yo, atenuando la luz y el placentero calor- ¿Que haces aquí?

Hola extraña. Nada en especial, me tumbé a descansar y leer un rato, pero el sol me gano la partida- digo mientras abro los ojos y veo a una muchacha enfrente de mi.

Está descalza, con las sandalias en la mano, sin nada que esconder. La brisa juega con su pelo castaño, largo y ondulado, tiene la tez ligeramente bronceada, con unas pocas pecas que se extienden por la nariz y sus mejillas. Viste una camisa de lino blanco sin mangas y unos jeans con los bajos mojados, imagino que habrá caminado por el agua de la orilla, o le habrá sorprendido una ola inquieta.
Tiene los ojos del azul del agua al atardecer. Los bordes del iris son claros y cerca de la pupila el azul se oscurece hasta fundirse con el negro. Tiene una mirada profunda que atraviesa, es como mirar dentro de un pozo y ver tu reflejo moviéndose, cobrando vida.

¿Eres de por aquí?

No –respondo- soy más del Sur.

¿Como de lejos?

Más o menos por donde duerme la Cruz del Sur.

No entiendo tu metáfora.

Da igual, con tal de entenderla yo me basta.

¿Que estabas leyendo?

Cuentos de Kipling.

¿Y que haces aquí aparte de dormir y leer?

Pues la verdad no lo sé. No sé si me perdí en algún cruce de caminos o deje de coger algún tren, pero aquí estoy. Aunque solo de paso.

¿De paso hacia donde?

Hacia otra playa con el mismo sol y el mismo mar.

¿Y porque viajas solo? No tienes pinta de vagabundo.

A veces si viajo solo, eso me permite escucharme y hablar con extraños como tú. Estoy más atento a lo que me rodea que a los que me acompañan. ¿Conoces el cuento de los erizos de Schopenhauer?

No, nunca lo he oído.

Una fría noche invernal unos erizos compartían un nido, así que decidieron juntarse para combatir el frío con su propio calor corporal. Pero al acercarse se pinchaban el uno al otro con sus fuertes púas, alejándose de nuevo. Volvieron a sentir frío y probaron a acercarse nuevamente, lastimándose otra vez y volviendo a alejarse. Así siguieron probando hasta que tras varios intentos encontraron la distancia perfecta en la que sin llegar a herirse se transmitían calor en medio de la fría noche.

Entiendo a los erizos, pero Schopenhauer esta equivocado.

¿Por qué dices eso? Es su cuento, no el tuyo. Si no te gusta invéntate uno.

Lo haré te lo aseguro – responde segura de sí-. Está equivocado porque los erizos del cuento solo buscan calor, las personas buscan algo más, algo que les traiga el calor desde dentro, no sólo por el contacto de lomo con lomo, para pasar una noche gélida en un nido oscuro en medio del bosque.

Algunos si, bueno, algunos, pero tarde o temprano quieren ese otro calor interno del que tú hablas. Y algunos otros prefieren seguir protegidos viviendo con sus púas sin ser heridos.

Además los erizos no pueden abrazar, y el contacto no pasa de ahí, cuando abrazas a alguien puedes apretarla contra tu pecho, como si fueras a meterla dentro de ti para protegerla, así es como se debe abrazar de verdad, con ganas de fundirte como el chocolate, de tocarte por debajo de la piel. De rodear y unir.

Puede que tengas razón, pero no todos los erizos ni todas las personas tenemos las púas iguales, unos las tienen más grandes, otros tienen más y a algunas personas les crecen con los años y las cicatrices.

¿Vienes a bañarte y buscamos erizos de mar? ¿O ellos no buscaran el calor en las frías noches?

Imagino q si tienen frío cambiarán de aguas, buscarán las corrientes más cálidas, lo que debo hacer yo de vez en cuando, cambiar de mar, buscando un nuevo calor.

Vale, esperáme aquí, le preguntaré a algún erizo de mar que opina de los abrazos en las noches frías del Cantábrico.-Dice mientras se encamina al rompeolas-.

¿Y cómo voy a creerte?? Puede que me engañes.

Yo no engaño, y no creo que deba molestar al erizo trayéndotelo aquí, si no confías ven conmigo y lo compruebas tu mismo.

No, tranquila, confiare en ti, tampoco creo que cambie mi vida la opinión de un erizo de mar.

El sol volvió a rodearme con su calor, venciéndome el cansancio del viajero, cayendo de nuevo en el sueño.

Al despertar de nuevo ya no estaba. No había ni rastro de ella, y sus huellas acababan en el rompeolas.

¿Seguirá buscando esos erizos que desean abrazos a pesar del riesgo de ser lástimados?

H.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En ciertos momentos se los encuentra cuando menos lo pensamos, y donde menos los esperabamos! Y cuando los abrazas sientes una vida eterna por delante, junto a ellos!
Pero luego de eso la realidad te dio una mala jugada y no son del mismo mar!
Y es ahi cuando el erizo se queda solo, con el recuerdo de ese abrazo y aceptando que fue lastimado....