miércoles, 8 de octubre de 2008

Llovía...

Llovía. Otro día rutinario, gris, vacío, un día del que no quedaría mucho recuerdo en mi memoria ya acababa.

Había anochecido, auque no pasaban de las ocho y media de la tarde, pero la calle estaba casi desierta, la abundante lluvia y el fuerte y frío viento otoñal se encargaban de ello.

Algún peatón sin sombra corría buscando refugio, y los coches enfocaban sus luces encendidas buscando el camino a casa.

Mientras esperaba en el semáforo para seguir mi camino, alguien tropezó y callo en la acera, una caída tonta en un día estúpido con un tiempo horrible. Un buen final para tan triste día; contusionado, mojado y humillado delante de los coches que esperaban ansiosos el cambio de color a verde.

Miré entre las enormes gotas que invadían la ventanilla, vi una cabeza plateada, buscaba algo en el suelo. Era un hombre mayor, bajé del coche para ayudarle.

Al acercarme vi el reflejo de sus gafas en el suelo, las recogí, viendo que eran unas gafas antiguas de pasta negra, gastadas por el uso, pero intactas.

-Hola, ¿está bien?, ¿se ha hecho daño?- pregunté mientras me agachaba a su lado.

-¡Ayúdeme por favor! No encuentro mis gafas.

-Ya las tengo, tomé – dije mientras ayudaba a levantarse al caído. Ahora podía verlo de cerca, era un hombre mayor, muy mayor, de edad indeterminada pero sus ojos brillaban como su pelo gris bajo la luz de la noche.

-¿Está bien?, ¿quiere que le lleve al hospital?

-Le agradecería que me llevará, pero no al hospital, me están esperando y he perdido el autobús. No quiero llegar tarde. Estoy bien, sólo una caída, ya estoy torpe. – respondió con una nerviosa pero cálida voz.

-De acuerdo, ¿donde quiere que le lleve? Pero dígame si le duele algo, podemos parar a que le vea un médico de camino.

-No gracias, un golpe sin importancia, lástima mancharme, no quiero que me vea así.- dijo mientras luchaba por quitarse la humedad pegada a las rodillas de su pantalón.

-No se preocupe, sólo es agua, con la calefacción del coche se secara rápido. ¿Dónde quiere que le lleve? ¿Qué cita tan urgente tiene?

-He quedado con mi mujer, me está esperando en la residencia donde cuidan de ella. Tiene el mal de Alzheimer hace 3 años, casi no me reconoce, vamos a cenar juntos.- al decirlo una sonrisa infantil asomo a su cara.

-Bueno entonces no creo que se preocupe porque no vaya hoy a cenar o llegue un poco tarde.- dije desde mi absoluto pragmatismo.

-He cenado con ella todas las noches de los últimos 56 años de mi vida. Era nuestro momento especial del día. No puedo vivir con ella en la residencia, pero me dejan compartir todavía ese momento. Tal vez ella ya no se acuerde de mi, de lo que hemos vivido juntos, de nuestros hijos y de toda nuestra vida, pero yo si. Yo todavía recuerdo cada día que hemos compartido, los buenos y los malos. Y mientras mi memoria no me falle seguiremos cenando juntos cada noche. Además al mirarme me sonríe como cuando teníamos 20 años e íbamos de paseo. Y entonces olvido lo que dicen los médicos y estoy seguro que aún me recuerda. Además yo si se quién es ella.

No dije nada más.Le ayude a subir al coche y tras encender la calefacción me dirigí a su destino.
De camino a la residencia me contó algunas anécdotas de su vida compartida, de su trabajo en una tienda de ultramarinos, de sus hijos y sus nietos a los que veía poco.

Entonces lo vi todo claro.
El amor verdadero era eso, la aceptación de todo lo que el otro verdaderamente es, de lo que ha sido, de lo que será, y de lo que ya nunca podrá ser. Y querer compartirlo hasta el último suspiro.

H.

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